La patria no se vende
decían las banderas,
pero hoy la veo andando entre las fieras,
con su piel de montaña rematada
y su voz en subasta de fronteras.
Tiene la frente rota de licencias,
las minas le talaron la memoria,
le hicieron de sus ríos una historia
que fluye en dividendos y sentencias.
La patria fue cedida a consorcios
como un potro sin rienda ni montura,
y en nombre de un progreso sin ternura
firmaron su pulmón a los negocios.
Ya no le crecen cantos a la brisa,
ni el maíz reconoce su semilla:
el campo fue sembrado de codicia
y el oro cosechado con rodillas.
Tiene deudas la patria en cada esquina,
y un banco la vigila desde el cielo;
el pueblo, sin panal ni centinela,
mastica su esperanza con espinas.
En vez de voz, le dieron una tasa;
en vez de escuela, un muro numerario;
en vez de pan, un cálculo bancario;
en vez de fe, una deuda que la abrasa.
¡Ay, patria hipotecada, qué mentira!
¡Qué póliza de fuego en tus entrañas!
Vendieron tu sudor, tus telarañas,
tu sombra, tu bandera, tu saliva.
Pero no todo es saldo ni bitácora.
Aún quedan corazones con martillo
que forjan dignidades en el filo
de un canto que no firma ni se ahoga.
Y si el país despierta de su embargo,
si vuelve a reclamar lo que le habita,
será volcán, será raíz bendita,
y no moneda fácil de un encargo.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025