Descubrí tarde, muy tarde,
que la poesía no era solo un ejercicio
para expresar el ser interno que llevo dentro.
No era solo un juego del ego
para adornar mi agonía;
tampoco una luz que revelara claridad
para singularizar mi existencia…
Comprendí tarde
que la poesía es mucho más que eso.
Es más que el orden de las gráficas y los verbos,
más que los signos gramaticales
y los sentidos simbólicos de los afectos
que se quieren retratar.
La poesía es una forma de describir el mundo,
de morder los relatos cotidianos
con la altura de la luz;
de denunciar los atropellos
que rebajan la esencia del ser humano;
de ejercer la solidaridad:
urgente, frecuente y obligatoria.
De este modo,
la poesía se convirtió en mi dolor,
en una herida abierta que deambula por las calles,
que duerme debajo de los cartones,
que sufre el miedo
y el desamparo.
Mi poesía se volvió
una urgencia de afectos,
de manos cálidas,
de besos extraviados…
de soledad.