Haz Ámbar

El peso de esa bala

Tú eres fría como un témpano y yo no tanto irradio.

Me espías siempre dentro del cuarto solitario,

con mis labios que pretendo llegarte donde no hay dios.

Extraigo todo el hálito de tu respiración.

Siquiera me hace daño ceñirme a ti tan hondo.

Concreto lo que soy rendido al abandono.

Ambos somos superiores un millón de veces poco,

y aún sabiéndolo dejamos que nos traten ya por locos.

Parece me coloco para olvidarme de un nosotros.

Enciendes mis motores y suena como un monstruo.

Nunca tú te opones a un hombre tan apuesto.

Ya me has cambiado el rostro, que otro se me ha puesto

y no me reconozco jamás en nada de esto

yo que igual me tengo a mí solo de opuesto.

Tampoco me administro con menos de lo justo.

 

Entramos en agosto sin lo vital al organismo

orbitando un mundo tosco que decae ya por si mismo,

laberinto de ilusiones que permanece invicto.

Sordo a todo el resto apenas me distingo

y finjo ser honesto cuando miento por instinto.

Así me agencio a mis discípulos lamentando poco de ello,

así les brindo el alimento y pongo o no remedio

revueltas sus moléculas conscientes con estrépito.

Son sólo hojas muertas que las pasea el viento.

Hay cosas que me hablan y nunca las entiendo.

En tiempos de ignorancia completo ahora me siento

y no me compenetro con tanta gente extraña

carente del afecto y la inteligencia necesaria

para salirse del guión que es lo que les mandan.

El control de otros aborto y doy la espalda

a quien no me respalda en su ambiente tan selecto

de lujo entre matanzas que no perdonaremos

ninguno aún cabal, jamás que valga un alma 

el peso de esa bala que en alabanzas no cabrá.

Me integro a la danza contra su programa atrás.