Los dos del espejo
por Wcelogan
Y yo que pensé…
que el espejo era un lago mudo
donde uno se asoma a peinar la nostalgia,
y no una sala de interrogatorios
con luces frías y preguntas sin anestesia.
Ahí estaban:
mis ojos color miel —sí, los de siempre—
mirándome como dos policías secretos.
Uno con gesto de juez cansado,
el otro con alma de comediante cruel.
—Veamos… —dice el primero—
cabello: fuga en masa.
ojeras: reincidentes.
abdomen: con antecedentes de expansión sospechosa.
El otro, sarcástico,
me apunta con el dedo mental:
—¿Y este look de “me rendí en 2022”?
¿Es moda o es confesión?
Trago saliva,
intento pararme derecho,
pero el reflejo no coopera.
Mis hombros llevan años en huelga,
y mi barriga… bueno,
ya tiene personalidad jurídica.
—Has subido de peso —
dicta el flaco con voz de nutricionista del alma.
—Y bajado la autoestima —
añade el gracioso,
como si fueran parte del mismo ascensor.
Me evalúan como si fuera un crimen sin resolver,
una escena del cuerpo
donde cada pliegue es un testigo.
Yo no respondo.
Solo ajusto la toalla,
como quien cree que taparse el ombligo
puede redimir los pecados de la dieta.
—Deberías hacer ejercicio —
me espetan con voz de aplicación de fitness.
—¿Cuerpo sano, mente sana? —
pregunto, con ironía defensiva.
—No: cuerpo sano, espejo en paz —
responden, al unísono,
como si fueran un coro de sarcasmo zen.
Uno saca una libreta invisible:
Motivación: en paradero desconocido.
Calzones: al borde del colapso.
Esperanza: con sobrepeso emocional.
Yo intento justificarme:
—Ayer caminé… del sillón al refrigerador,
con paso firme y convicción calórica.
Y medité…
frente a la alacena.
Los dos me miran
como se mira a un hijo que repitió curso
pero escribió un poema.
—¿Y el alma? —pregunta el flaco.
—¿Y la gracia? —pregunta el bromista.
—¿Y el gym? —preguntan los dos,
ya en modo intervención.
Yo solo suspiro,
como suspira el que se sabe culpable
pero inocente de intención.
Y mientras ellos se alejan,
discutiendo sobre cardio y azúcar,
me quedo ahí,
con la panza al sol
y el ego haciendo yoga imaginario.
Quizás mañana
empiece con una sentadilla existencial
o una flexión de voluntad.
Pero hoy,
me sirvo un café sin culpa,
me rasco la panza
como quien firma un tratado de paz
con su reflejo,
y me declaro oficialmente:
con estilo…
y un poco barrigón.
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Lejos, el fuego
por Wcelogan
Estamos hace tantas lunas,
en mi ventana de los años,
como dos sombras que se miran
sin tocarse.
Nos preguntan el conjuro,
el secreto de ser únicos,
de crecer sin marchitarnos,
sin deshacernos en los días.
Pero no es fórmula,
es ausencia.
La lejanía es la piel
que más arde.
El deseo,
una carta sin abrir
que incendia cada palabra.
No te tengo,
pero te sueño con tacto.
No me besas,
pero tus labios
me sangran el insomnio
cada madrugada.
A veces, este amor
se parece a un cuchillo en el cajón:
no corta,
pero sigue ahí,
afilando el silencio.
Este amor se hace grande
porque se escribe sin cuerpo,
porque es incendio
en un bosque de distancias
que no sabe extinguirse.
Y cada vez que te vas,
con la madrugada entre los hombros,
a pelearle el alma al día,
me quedo contando ausencias,
como quien espera milagros,
aguardando, siempre,
otro fin de semana
para volver a encendernos.