Los días pasan y suelen ser de distintos colores,
no por el cielo, sino por el sentir de la rosa.
A veces eran amarillos con un toque especial,
o también eran rojos y significantes,
pero lo que más dolía eran los días azules e intolerantes.
Ese dolorcito que empezaba a sentir en sus pétalos
en los días azules no sabía cómo describirlo,
pues ella había aprendido a cuestionarse
si en realidad era una rosa de verdad.
De tantas espinas que se habían incrustado por el camino,
tal vez para los demás intentaba demostrar
que sí era una rosa primaveral,
con sus pétalos hermosos y llenos de color,
pero ella ya había perdido eso: su color y su viveza.
Ella, por más que lo intentara,
nunca lograba que vieran sus pétalos verdaderos,
porque ya no se sentía como la rosa
que era en primavera.
Pues ahora, aunque no era invierno,
se sentía como una rosa invernal: frágil y delicada.
Ella se sacaba las espinas,
pero esas espinas la perseguían,
y por más que volviera a sacárselas,
aún seguían ahí.
Al día de hoy,
ella aún puede sentirse débil,
pero ahora sus días mejoraron un poco.
Aunque a veces puedan ser rojos y azules,
ella intenta hacerlos amarillos, con vida,
para no caer de nuevo
en las espinas que tanto duelen...