1
Envidié al sol que alumbra sin permiso,
y lo mandé a prisión tras las montañas.
Quise ser su luz,
su órbita,
su única aurora.
2
Envidié al poeta,
porque él podía crear sin fusiles.
Yo creé el miedo.
Él, los mundos.
Lo desterré por usar palabras sin mi firma.
3
Envidié al niño que reía con migajas,
y le di miedo en lugar de leche.
Le enseñé a marchar antes que a jugar,
a obedecer antes que a soñar.
4
Envidié al árbol que crecía sin órdenes,
y lo hice leña.
Luego edifiqué con sus restos
la tribuna desde donde castigué la primavera.
5
Envidié al amor por su desobediencia,
y prohibí los abrazos.
Declaré ilegal la ternura,
y las parejas se amaron
en túneles,
como pólvora escondida.
6
Envidié al sabio que dudaba de todo,
y lo condené por pensar.
La duda es un crimen en mi reino,
porque la certeza soy yo.
7
Envidié la música.
Le corté las alas al violín,
la lengua al cantor.
La única melodía permitida
fue el paso sincronizado de las botas.
8
Envidié al tiempo,
porque avanzaba sin pedirme perdón.
Y lo congelé.
Relojes detenidos,
calendarios con mi rostro en todos los días.
9
Envidié la libertad,
y la llamé traición.
La até con decretos,
la encerré entre muros de aplausos forzados.
Hasta el aire me juró obediencia.
10
Envidié a Dios.
Y me inventé uno con mi cara.
Ahora todos rezan con miedo,
y el cielo es solo una oficina
con mi retrato colgado.
Y añadiré uno más —porque el poder siempre se extralimita—:
11
No tendrás otros finales
que no sean los míos.
Ni tumbas sin sombra,
ni cuentos sin dictador.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025