Cuando tu nombre, como una espina en mi garganta,
desgarra la calma al nombrarte,
cuando empapas mis venas con la savia amarga del silencio,
sé que existes y bebo tu sosiego.
Bebí de tu silencio:
savia irradiante que convierte
mis venas en partituras de cumbia caribeña.
No eres mujer sino hábitat de ausencia:
huracán que araña con uñas invisibles mi boca.
Tu sombra planta recuerdos falsos
en las pupilas de mi noche abierta.
Y aprendo,
sí, aprendo tarde,
que el amor es un animal nocturno,
fosforescente,
que se alimenta de lo que callamos
y de los besos que se ahogaron
en la garganta sin tiempo.
En noches con ese sabor amargo
bebo tu silencio, con redes tejidas de nervios y miedo,
mientras tu risa —aguja hipodérmica—
inyecta eternidades rotas
en mis músculos cansados,
de este hombre extraviado
que alguna vez se llamó
Roger Medina Guerra.