Me bastaba una sílaba tuya
para incendiar el aire.
Una mirada breve,
casi distraída,
me dejaba el alma
deseando eternidad.
Nunca supe si el viento
que me rozaba la piel
era el mismo
que te tocaba a ti,
pero igual me quedaba quieta,
soñando que sí.
Tu sombra se volvía
mi única constelación.
Y yo, en silencio,
trazaba tu nombre
sobre mi pecho
como si pudiera hacerlo arder.
Me hice jardín en espera,
me hice música sin oídos,
me hice fuego callado
por si alguna vez
tu alma se detenía en la mía.
Pero la noche pasó
sin que miraras.
Y todo mi amor
se volvió ausencia de luz.