Somos Polvo de Estrellas
Cuando estalla una supernova ardiente,
nace la vida con su luz potente.
En nuestros huesos, sangre y mente,
vive su química refulgente.
Nuestros huesos guardan hierro antiguo,
semilla de estrellas en su final.
Somos el eco de un fuego íntimo,
polvo que un día fue estelar.
El aire que llena nuestros pulmones,
el agua que calma la sed,
son regalos de viejas explosiones,
historia que el cosmos nos dio a beber.
El sol nos acuna cada mañana,
la luna nos mira con paz.
Somos parte de esa luz lejana,
de un ciclo que nunca se va.
En la sal del mar que besa la orilla,
en el viento que mueve el trigal,
vive el recuerdo de una familia
de astros que hicieron lo inmortal.
Cada latido, cada respiro,
es un verso de ese cantar.
Somos el breve, hermoso giro
de un baile sin tiempo ni fin.
Las flores, los ríos, las montañas altas,
el pájaro y su libertad,
son notas de antiguas escalas,
la misma canción de verdad.
Cuando la noche cubre la tierra,
y el cielo se llena de paz,
sentimos la inmensa herencia
que en silencio nos abrazará.
Y aunque pequeños en el vacío,
somos luz que sabe soñar.
Fragmentos de un viejo brío
que aprende a nombrar y amar.
Así, al mirar nuestras manos, sabemos que no somos huéspedes en el universo. Somos el universo mismo, hecho conciencia, hecho palabra. Somos el polvo de aquellos gigantes de luz que, al morir, susurraron un secreto eterno en nuestra sangre: que toda muerte es un regreso, y toda vida, un canto prestado del corazón del cosmos. Llevamos el fuego original en cada célula, y aunque un día este cuerpo se deshaga, cada átomo seguirá danzando, llevando en su silencio la memoria de este breve, asombroso instante en que las estrellas aprendieron a soñar.
—Luís Barreda/LAB