El vagón que me sostiene en mi cauce, combatiente
con la mente inalcanzable, para siempre ha de durar
y no ha de consumirse un instante y nada más,
predicciones en las páginas de algún hado inmemorial
desfilando sin percance por el filo en malas manos,
de continuo al olvidarse que no acabará temprano
si al final nosotros solos nos quedamos a imagen de otros semejantes,
tampoco sobrehumanos aunque pueda despejarse el cielo enfrente,
aunque todo esté inventado normalmente al detenerse
previo a probar mortal el salto con tanto aún pesándole detrás,
astro que se transparenta en el lenguaje y alumbra el caos
delante, pedazos que se caen del aire ausente, y delirar...
Qué mitad más me conviene de mi alma que me quede,
fértil en la estampa que intento yo evitar siempre rebelde
al trato habitual, que fácil me vende sin siquiera oírme hablar,
la balanza al inclinarse del lado allá rival
que me previene de un desenlace que en verdad sería para el día
lo restante completamente siniestrado, impregnando la desgracia,
que no va a descansar hasta tarde cuando el alba
se oscurece ya, y disimula alguna estrella que me salva
en un quizás hecho cenizas de miradas incendiadas
inmediatas al gran mar, que pretende aún espesarse
a cada bocanada que a su vacío se le da, casi presente
que se siente por la calle amalgamada al funeral
de muchos fuertes, confusa que los trae sin daño al germen.
Soy la cifra que se extingue. Todo en mí al precipicio
que se rinde... Y no me incluyo porque es en fin terrible.
Podría derretirme bajo este sol de ocaso que ignoro quién lo puso
ahí exigente de mi sangre que no siga más su curso,
que me oxida y hace absurdo al ritmo del tumulto en compañía.
No me aburro aunque a veces pienso hay días que nos traga el mundo
o parece según digan otros muchos que ninguno estuvo allí.
Retiro todo escudo más libre al perseguir lo que considero yo que es puro,
y quizás lo atrape en un desliz por oscuro que esté el camino.