Me enamoré de una mujer
que no me hacía en su vida,
yo era apenas un desconocido,
una sombra que pasaba sin dejar huella.
Por más que intentaba acercarme,
ella siempre guardaba su distancia,
no había palabras,
ni siquiera amigos en común
que nos unieran en un puente sencillo.
Un día reuní el valor,
y le pedí ayuda en las ventas,
aceptó, no por mí,
sino porque el dinero y el trabajo
eran más urgentes que mi presencia.
Las horas se hicieron días,
los días nos hicieron hablar,
y poco a poco,
como quien enciende una vela en la oscuridad,
fuimos conociendo nuestros mundos.
Pero el golpe llegó sin aviso:
ella ya tenía a alguien,
un lugar en su corazón ocupado,
y el mío…
el mío se hizo pedazos,
como un cristal que cae
y nunca vuelve a ser el mismo.