Acepté
que hay preguntas sin respuesta.
Me entregué al silencio,
porque fue la mejor opción.
Y cuando digo silencio,
es absoluto:
ni siquiera mis voces hablaban.
Flirteé con algunos cuerpos
como quien se ahoga y abraza piedras.
Uno me dijo:
me encanta cuando pones esa cara de que me vas a comer.
Y yo sonreí.
Pero supe —
que mi hambre tapaba algo.
Algo que no quería ver.
Y no hay peor bestia
que la que no quiere ver.
La que entierra las uñas en la carne
para no mirar su propio abismo.