Ashley Masiel

Un día en la mente de un psicópata

Fragmento

No desperté. Simplemente abrí los ojos.
No hay diferencia entre el sueño y la vigilia cuando lo que habita en ti no conoce el descanso. Hoy, como cada día, la máscara que elegí para esta existencia se acomoda sobre mi rostro con precisión quirúrgica. No hay emociones reales. Solo gestos aprendidos, simulaciones pulidas a fuerza de observar a los demás como un entomólogo examina insectos: con frialdad científica, con hambre de entenderlos… o de desarmarlos.

Saludo. Sonrío. Asiento. Nadie nota el abismo detrás de mis ojos.
El mundo me habla con su lenguaje de culpa, afecto, empatía. Yo solo lo imito. No porque quiera encajar, sino porque el verdadero placer está en el juego: en ver qué tan perfectamente puedo fingir ser humano.

Hoy elegí ser encantador.
Mañana tal vez sea víctima.
La semana que viene, el verdugo.

Mis pensamientos no se enredan con moralidades. Las reglas son herramientas. La culpa es debilidad. Las personas, piezas. Me he acostumbrado a pensar en todo en función de utilidad o amenaza. La diferencia entre un conocido y una víctima es la necesidad del momento. El apego es solo una ilusión, una excusa para no ser brutalmente libre.

Y sin embargo, lo curioso es que, a veces —muy pocas veces— siento una punzada… no sé si es nostalgia, vacío, o el eco de algo que no sé nombrar. Dura apenas segundos. Luego se apaga.

Como todo.