El hombre va por la calle,
nadie lo mira ni espera,
camina con paso lento
y el alma hecha madera.
Aunque el sol vaya sonriendo
y el bus repleto de vidas,
él va como quien no espera
ni milagros ni salida.
No quiere fiesta ni besos,
ni promesas que lo engañen,
sólo un café compartido
y unos ojos que le hablen.
Pero ya nadie conversa,
nadie escucha de verdad,
todos viven distraídos
tras la pantalla fugaz.
Así sigue su rutina,
el trabajo, el caminar,
y al llegar la noche sola
deja un verso sin nombrar.
Se acuesta sin un te quiero
ni mensajes, ni una flor,
y se duerme con la radio,
con su sombra y su dolor.