Renuncio a que tus manos sigan hurgando en mis miedos,
a que tus labios desentierren mis inseguridades,
a que tu cuerpo se funda con el sudor de mis sentidos.
Renuncio al deseo que me ofreces,
a la lujuria que enciendes con sólo mirarme,
a esa promesa ardiente de entregarme todo:
tus ojos, tu voz, tu sonrisa.
Una parte de ti vive en mí,
aunque no lo quiera,
viajas en el viento como una caricia tenue al amanecer,
o como el soplo helado que se cuela
en las noches más oscuras.
Y al alba,
despiertas sereno, casi santo,
como un velo blanco suspendido en la fe
—o en la condena—
el velo de una novia temblando ante Dios…
o ante el demonio.
Eres contradicción:
bálsamo y herida,
seguridad envuelta en terror.
Ahora te observo,
hundido en tu pozo de mentiras,
donde ya no queda más que hueso,
silencio,
y olvido.
-S.S