LOURDES TARRATS

Te envidio, Leonardo

Te envidio, Leonardo

Cuando tomo el pincel,
o intento forjar versos en la niebla,
mis manos no responden.
La razón me abandona
y mi mente se ahoga en ceguera.

Pienso en ti, Leonardo.

Tú, hijo de nadie,
sin linaje ni escudo,
nacido en el polvo de Vinci.
Te faltaron títulos,
te faltó el apellido ilustre
que abre puertas sin pedir permiso.

Y, aun así… ¡mira lo que hiciste!
Mientras otros heredaban privilegios,
tú robabas la luz al universo.
Trazaste el vuelo de los pájaros,
descifraste los secretos del cuerpo,
y esculpiste en la madera
el rostro de Dios y del hombre
entrelazados.

¿Cómo fue posible, Leonardo?
¿Cómo, con tan poco,
con tantas puertas cerradas,
abriste mundos que otros jamás vieron?

Dime… ¿qué cruzaba tu mente
cuando tus dedos desataban
el genio dormido en tu sombra?
¿Qué veías tú
que yo no alcanzo ni a imaginar?

¿Cómo captaste en el rostro de esa mujer
una sonrisa que vive y muere a la vez,
un eco de lo eterno,
el silencio hecho carne?

¿Cómo uniste, Leonardo,
a Dios y al hombre en la Última Cena?
El perdón y la traición
en un solo gesto,
una mirada que aún nos atraviesa.

Diseñaste alas para el hombre,
mientras yo apenas
alcanzo a comprender el suelo.

Descifraste la geometría del cuerpo,
y yo apenas dibujo
el contorno de mis miedos.

Y tus poemas…
¡Oh, tus poemas!
Eran plegarias al infinito,
diálogo íntimo con lo divino,
como si la misma creación
te dictara en voz baja.

Y yo, que tengo herramientas
que tú jamás tuviste,
soy solo una aprendiz ciega
que tambalea entre sombras.

Mis manos tiemblan al tocar la idea,
frágiles como ceniza al viento.
Mis palabras caen, quebradas,
sin nacer del todo.

Te envidio, Leonardo.
Envidio tu claridad y tu caos,
la forma en que domabas la belleza
y hacías eterno
lo que para mí es efímero.

Te envidio, Leonardo, te envidio.
Envidio tu hambre,
tu furia contra el destino,
el fuego que encendía tus noches
y que a mí me falta.

Porque yo, que tanto tengo,
no he encontrado aún la chispa,
no he llegado a la cima de mis sueños.

Encapsulada en mi torpeza,
solo puedo soñarte,
seguir tus huellas en el polvo
y maldecir mi ceguera.

Quisiera ser como tú,
pero no soy más que un eco distante,
un alma que tiembla al rozar
la orilla de tu genio.

Anhelo ser tú, Leonardo…
pero tus huellas son tan altas
que no las alcanzo.

Y sin embargo,
no me rendiré.

Buscaré la chispa,
moldearé mi fuego,
y en el eco de tus huellas…
tal vez encuentre las mías.

A veces el genio no es tener la chispa,
sino seguir buscándola con el alma desnuda.
— L.T.