Hace rato no me escucho
sin apuro.
No me leo sin vergüenza.
No me escribo con ternura.
Me hablo en silencio
como si no me creyera,
como si hasta yo
me interrumpiera.
Me cansé de traducirme.
Tenía rituales secretos.
Formas de volver a mí
que ahora ya no me alcanzan.
Me prometí tantas veces
volver a escribir
cuando todo estuviera mejor.
Y acá estoy:
entero, en apariencia,
pero sin saber
desde cuándo no me digo nada.
Hace tiempo que me escucho distinto,
como si mi voz viniera de alguien
que todavía se parece a mí,
pero ya no soy.
Me perdí.
Y no sé qué me da más miedo:
no reconocerme,
o encontrarme justo donde me dejé.