Te busco,
como quien hurgara entre cenizas
esperando encontrar la llama que no fue.
No estás,
y eso te hace más real que el espejo,
más tú que tu cuerpo.
Tu voz no llega,
pero yo la escucho,
porque el deseo es experto en inventar timbres
cuando la soledad le crece como un hongo
en el corazón húmedo.
Tu calor no existe.
Y sin embargo sudo.
De rabia.
De no tenerte,
de tenerte sólo en los muslos del insomnio.
Anoche te hablé con la lengua del sueño,
mientras abrazaba un vacío
que olía a tu cuello.
Yo también tengo manos,
pero están hechas de aire.
Y con ellas
te he tocado más veces
de las que el cuerpo permite.
No es que te necesite.
Es peor:
te consumo.
Como un veneno lento
que no mata
pero deja con ganas de morir.