La lucha se hace noche en la arena,
paz en el enrojecimiento cansado.
Fresco, el camino de polvo
al paso del portador de música —extranjero.
Salvo en este silencio olvidado,
donde arde el fervor de estar aquí,
claridad confiada en su fuente.
Extranjero, salvo en esta roca,
donde brota un agua impensada,
el grito nocturno del miedo.
Para siempre, tartamudo, cojo,
para siempre sin raíces fuera,
salvo el agua, salvo el ir,
en el corazón abierto del deseo,
al ritmo limpio de las cosas.
La parte insondable en cada uno,
rostros de palabras para siempre
disonantes, mutiladas, torpes,
siempre inadvertidas por la claridad.
En busca de extensión,
la misma sin bordes fuera ni dentro,
en casa en la noche que rompe
un fuego en el fondo del desierto,
en el pulmón que grita su hueco
como un pájaro en el gris del amanecer,
en el rostro oxidado de oro,
cielos de iconos del atardecer.