Un dolor fantasma
me asedia bajo la luz
inclemente del verano
y en la rotunda y ancha noche;
es el dolor de lo perdido,
de lo que está, pero ya no está.
Me duele el dolor
de esa tarde en que
se marchó cargando los mutuos recuerdos
y la inocente esperanza de los amantes.
Busco su ausencia, pero también la he perdido,
aunque me queda el dolor fantasma
en alguna parte del alma.
Me duele el eco de la risa infantil
que resuena en el ocaso de la casa vacía;
me duele el cuerpo de mi padre
que se muere quieto
bajo el peso luminoso de un agosto
que está y ya no está.
Me duele mi rostro gastado
por ese dolor fantasma
que parece afirmar
que aún me pertenece el recuerdo
de lo que nunca fui.