Liras a la flor de mi jardín
La cuido con esmero,
Le doy mi sombra, el agua, la semilla
Y en cada brote espero
Que la flor más sencilla
Aparezca siendo una maravilla.
Escucho su ternura
Mi paso no marchita ni evapora
La veo tan segura
que hacerla eterna ahora
es súplica que pido y atesora.
No existe flor sin velo,
ni aroma que se quede en su prisión.
En ella hallé mi cielo,
mi breve redención,
y caigo si me alejo del rincón.
Con pétalos escribo,
y en cada verso nace su reflejo.
Aunque no esté ya viva,
mi tinta la protege,
y en ella nunca muere su consejo.
No todo es luz en ella:
también su hermosura tiene pena.
La noche la atropella,
la arranca de la escena…
y al irse, nadie sabe si fue buena.
Yo soy quien la despierta,
quien besa su silencio con cuidado.
Mi lágrima encubierta
le deja su legado:
brotar, aunque el dolor le haya matado.