Como el pastel inapetente de Cortázar, ese que se queda en la mesa, mirándote, sin que nadie se atreva a tocarlo, así estaba yo.
Una masa amorfa, quizás con el azúcar equivocada, o la sal en el lugar de la vainilla. Un desastre que nadie pediría, ni siquiera por lástima.
Y tú, con ese soplo tuyo, no de aliento sino de vida, le diste un brillo, un color que no tenía. Lo hiciste parecer comestible, apetecible incluso.
Y ahí estoy, temblando como gelatina, sabiendo que en cualquier momento te puedes ir, y el pastel, mi corazón, volverá a ser lo que era: una cosa inútil, a la espera del cubo de la basura.
m.c.d.r