Volví a la ciudad como quien regresa
a una casa que ya no le reconoce las llaves.
Las esquinas siguen en su sitio,
pero los rostros…
los rostros han cambiado de nombre.
Vi a un niño que solía correr con los cordones sueltos
y ahora fuma en la esquina como si la vida
no lo hubiera sorprendido también.
El tiempo le creció en los hombros,
igual que a mí.
Yo me fui con la piel tersa y los sueños intactos,
volví con una espalda que cruje
y preguntas sin respuesta.
El reloj... el que dejé colgado sobre mi cama,
aquel que me miraba dormir sin juicio,
sigue allí,
pero ya no avanza.
Tal vez se hartó de verme correr sin dirección.
Porque yo no viví,
yo sobreviví.
Tuve que ser adulta en un cuerpo que aún
quería treparse a los árboles.
Quise reír,
pero reía bajito, para no despertar al deber,
a los otros.
Y ahora…
mi cuerpo es un diario que alguien escribió con rabia,
con páginas dobladas,
con tachones.
Y no hay borrador.
Pero aún así, me miro al espejo,
y no lo niego.
El tiempo me tocó.
Me arañó.
Me hizo.
Y aunque el reloj se niegue a moverse,
yo cargo sus agujas en el pecho,
avanzando sin permiso,
hacia un ayer que no se deja ir.
Yasuara Melgara