Cuando mis sueños se caen al suelo,
y mis párpados pesan
de una lenta y dorada despedida
del letargo,
y los ojos se me abren
como pétalos sedientos de luz,
creyendo que el sol nunca será
ceniza ni humo.
Cuando todo brota,
como semilla sobre tierra fértil,
y las respuestas soplan en el viento
o sumergen sus sueños en la mar.
En esa hora
donde la flor asoma sin permiso,
y la lluvia perfuma la tierra.
En el instante
en que las aves construyen sus nidos,
como si el mundo no fuera
a romperse,
como la rama más frágil de un árbol.
Y los cuerpos humanos se encienden
como si no existiera el frío,
ni el filo, ni la punta en su hoja.
Cuando la luz promete sacudirnos
las estrellas y la luna
del más hondo cielo,
y dejarnos sin centellas
en el horizonte.
Y vos no estás junto a mí...
¿qué importa el amanecer?
La luz se inclina con melancolía
en los malecones,
como el Tarapacá, a orillas del río Itaya,
o el de Managua, en la ribera del Xolotlán.
Las hojas caen como memorias,
y las historias regresan al suelo,
hacia la madurez verdadera,
como frutas dulces antes de caer,
como días breves antes del fin.
Se ha vivido suficiente,
y aprendido a soltar para regresar...
El árbol ha dado sus frutos,
y cobijado a los pájaros de ayer,
pero su raíz agoniza,
y tiene sed de tristeza,
de tiempo,
y de hogar.
En otoño,
el salmón debe remontar el río
y regresar al lugar donde nació,
para desovar y morir.
Y vos no estás junto a mí...
¿qué importa la noche profunda?
Si en primavera
despertamos perdiendo,
y en otoño
morimos soñando.
https://rcastillotz.substack.com/p/diptico-estacional-del-alma