Te pienso
Puedo decir muchas cosas,
y entre ellas, yo quiero verte;
me haces falta a cada instante,
siempre estás en mí, presente,
y aunque no vea tu cara,
y contigo no converse
es igual que estar sonriendo
como un astro en lo celeste,
que ilumina por las noches
y en el día, solo duerme.
Eres todo para mí:
la palabra que resuelve,
la que me dice con fuerza,
¡ánimos, yo sé que puede;
y puede, con mucho y más,
solo es que usted se esfuerce!
No huya ni se atemorice,
la vida es más que sainete;
a veces, solo es actuarlo,
si eso es lo que pretende,
pero si es algo distinto
es mejor que bien lo piense.
Por eso, ya eres mi música,
mi maestra entre los veinte,
la fragancia empedernida
desde enero hasta diciembre.
Eres todo lo que fluye;
el amor que tanto crece,
la doncella de mis ojos,
disciplina del semestre,
que se estudia un día lunes
y termina un día viernes.
Eres todo lo que puebla
y se posa entre mis sienes:
la mujer que tanto esculpo
con el verso entre papeles,
el motivo de escribir,
la que me mantiene alegre,
la que añoro como musa
caminar sobre hojas verdes;
ese ángel cual perfección
me convierte en un rebelde,
donde digo con motivos
el amor es indeleble.
En tus ojos brilla el mar
sin rodeos ni vaivenes,
y también son cuyo espejo
del sentimiento, intérprete.
En tus manos va la aurora,
contigo me siento fuerte;
porque me das el antídoto
para hacer lo largo, breve.
En tus labios de princesa
el amor es quien se yergue,
y me hablado con dulzura,
pidiendo que lo intersecte
con placer y maestría,
con detalles como un trueque,
donde salga más de un beso
en el lugar que te encuentres.
Es que sueño yo contigo
como alguien fuera de serie,
e imagino, sin orgullo
abrazarte con el temple
y decirte o preguntarte,
vida mía, si me quieres.
Es que tú haces un gran cambio
y me dices, que celebre
cada paso donde vaya,
donde escriba y donde llegue.
En tu boca vive el logro,
en tus brazos el corchete
en cual siembro mi vivir
y me inspiras que te aprecie.
Nada más, quiero decirte,
que de mí, nunca te alejes:
aunque pase la tormenta,
abrázame, no me sueltes,
aunque el día sea el mismo
y mires, que llueve y llueve,
no me digas nada triste,
que mi pecho bien lo exprese,
con suprema y gran verdad,
evaluando desde el muelle,
pues, que sueña cada noche,
que tú también lo sueñes
y persigas con destreza
la pasión de la progenie,
que es vivir, en plena gloria
y que el mundo lo presencie.
Por lo tanto, dulce amor,
vida mía, ya no tiembles:
que mi espíritu te arrope,
que mis brazos pues te estrechen,
que no puedo estar, sin ti,
desde ahora y para siempre.
Samuel Dixon