La libertad…
eso que todos queremos tener,
aunque nadie sepa bien qué haría con ella si la tuviera.
No estar atado a nada,
ni a personas, ni a rutinas,
ni a ese pasado que todavía se sienta con vos a cenar.
Libertad es poder decir:
“No quiero esto”,
y que nadie te obligue a quedarte.
Es soltar sin culpa,
irse sin miedo,
elegirse sin pedir perdón.
Pero el destino…
el destino no es tan fácil.
A veces parece que uno lo elige,
otras veces parece que ya estaba todo armado antes de que llegáramos.
Decidís una cosa y cambia todo.
Te cruzás con alguien y ya nada es igual.
El destino te hace preguntas que no querés responder:
¿Te quedás o te vas?
¿Lo amás o te acostumbraste?
¿Estás eligiendo, o solo evitando?
Y ahí es donde se enreda todo.
Porque si soy libre, ¿por qué siento que no tengo opción?
Y si todo es destino, ¿por qué me pesa tanto decidir?
Tal vez no somos del todo libres.
Tal vez el destino no está tan escrito.
Tal vez vivimos en el medio,
tironeados,
tratando de entender si somos nosotros los que hacemos la historia
o si solo estamos cumpliendo un papel que alguien más escribió.
Porque al final,
la libertad y el destino no se pelean.
Nos usan.
Nos prueban.
Y nosotros ahí,
creyendo que elegimos,
cuando a veces… solo reaccionamos.