Te recuerdo María,
con lágrimas de fogón,
manos de manteca,
y boca refunfuñona,.
Peleando con las brasas,
el molcajete y el comal caliente,
de tortillas lleno,
anunciando un viaje,
hasta los dientes.
Te recuerdo María,
entre el humo condenado,
de ese jarro de frijoles,
y mi sabor predilecto:
del cántaro de agua fresca,
y un taco de guacamole.
Te recuerdo María,
con el delantal mojado,
de lavar al mediodía,
regazo de buen sosiego,
con aroma de jabón,
de ternura y de lejía.
Te recuerdo María,
con pañoleta en la frente,
en gran charla con las flores,
esperando con paciencia,
la novela de la radio,
una Oyuki con pecado,
o bordando aquel mantel,
que a suspirar te ponía,
destrenzándote las penas,
de una flaca economía.
Te recuerdo María,
cuando corrías al umbral,
a por tu príncipe azul,
y todo el trajín de casa,
lo compensaban sus mimos,
su silbar en tus oídos,
y el pecho lleno de amor.
Eras tan linda María,
preparándole el café,
con la pizca de canela,
y al asomar de la luna,
recostada entre su abrazo,
contabas cien mil estrellas.
Y te recuerdo María,
soñadora, cantarina,
una mujer del ayer,
alcanzada por el siglo,
valiente a más no poder.
Sigues contando luceros,
sin las manos de su abrigo,
sonriendo aun al silbido,
que trae el viento consigo,
acariciando tu tez.