Te busqué en los sueños,
te pedí al viento,
y el destino, cómplice,
me concedió tu cuerpo.
No sé si fue el deseo,
el morbo o la locura,
pero aquella tarde
se abrió la piel al fuego.
Tus labios, mi refugio;
tus manos, mi condena;
y en el roce de tu piel
se encendió la marea.
Te tomé despacio,
como quien reza en silencio,
y luego, entre suspiros,
el tiempo dejó de ser tiempo.
No hubo palabras,
sólo el lenguaje del alma,
y en el vaivén de tu cuerpo
supe que el cielo temblaba.
Desde entonces, amor,
te guardo en mi memoria,
como un secreto ardiente
que aún busca escribir su historia.