Un pintor enamorado pasa sus días entre pinceles,
aferrado al atril, frente a un lienzo que no tiene piedad.
Quiere contar su historia, preso del silencio,
con una imagen que no puede terminar.
Dibuja trazos que nacen pensando en ella,
siluetas erráticas, sin final.
Sus días pasan entre lluvia y deseo,
mientras el recuerdo de esa piel lo vuelva a hacer suspirar.
Mueve sus pinceles como si acariciara su fría ausencia,
piensa en la curvatura de esos labios,
en la forma en que esa sonrisa pudo haberlo salvado de la pesadilla.
Sueña con la suavidad de sus manos,
y cómo sus dedos habrían recorrido su espalda como si fuera un lienzo fuera de este mundo.
Enloquece con la profundidad de sus ojos,
abismos donde quiere perderse, como si ella fuera princesa de un cuento infinito.
Los colores vibran con furia contenida.
Cada pincelada, es una caricia que no pudo dar.
Líneas paralelas en planos que no se pueden tocar,
plano despiadado donde el destino no los quiso juntar.
Ilusionado pinta paisajes que no existen,
lugares que solo habitan en su deseo.
cafés que nunca compartirán,
y una plaza que ninguno pisará.
Y sin embargo… allí están los dos.
Aunque el mundo jamás los cruzó,
y ese cuadro no pueda hablar,
en sus colores vive el milagro,
fueron posibles de la mano de un pintor enamorado,
por un segundo que fue inmortal.