Persuasivo en el escondrijo de un proscenio,
desconociendo el significado de la existencia;
los señalamientos no cesan
y las críticas son escurridizas.
¡Déjame ayudarte!
Gritaba la conciencia desgarrada,
sin recobrar el valor ahora anclado en la carabela
que se pierde en el piélago como castigo.
¡Alzan la voz y mis labios se desangran!
Hay sombríos cipreses,
hay sospechas usureras,
y huellas en mi respiración,
que al fin será sepultadas.