Me gusta el brillo de la habitación en las mañanas,
cuando el sol inventa una tregua en mi piel cansada.
Porque en la noche,
los monstruos despiertan dentro de mí,
sus uñas arañan los muros,
su aliento empaña los espejos.
Esta habitación es su jaula,
y yo, la condena que late entre sus sombras.
Me hablan en lenguas que no comprendo,
me prometen amor a cambio de mi sangre,
y yo, crédula, les entrego pedazos de alma
para que no me dejen sola.
Pero al amanecer,
el brillo viene a mentirme,
a decirme que soy humana,
que aún hay luz en los huesos.
Y yo me dejo engañar,
porque es hermoso creer,
aunque al caer la noche
los monstruos vuelvan a cenar en mi cama.