Extinguido el estruendo de lo tangible, persiste un fulgor secreto, intacto.
No hay nombre que no se disuelva ni verbo que no se repliegue ante tu verdad.
Eres la pausa que el alma reconoce cuando cesa la sed del tiempo, eco sin bordes,
instante puro que reconfigura lo eterno.
Allí donde cesa el lenguaje, comienza tu presencia
no como aparición, sino como certeza sin rostro.
La completitud no se grita, se habita.