Los relojes devoran luz sin tacto,
las horas se disuelven como tinta.
Oficinas neón jaulas de pacto
guardan las almas de sombra distinta.
Los pasos suenan a papel mojado,
los sueños bostezan desde el archivo.
Un teclado es un rito silenciado,
un ascensor, un féretro masivo.
Las paredes sudan cifras de escarcha,
hay pupilas que tiemblan sin aliento.
El tiempo se disfraza de esa hoz ancha
y corta la esperanza en movimiento.
El corazón, sello y coordenada,
ficha su nombre al borde del abismo.
Y en la rutina, muda y programada,
una voz canta: ¡No soy mecanismo!
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025