Un adorno vacío en los labios.
Los ojos cuentan lo vivido.
La melancolía, inquilino permanente.
Un muro de “no me importa nada”,
corteza de silencio diario.
Dentro, se astilla el alma.
El miedo es una piedra
con la lengua estrangulada:
no cumplir el papel asignado,
aflojar la atadura del lazo.
Decepcionar, quitarse el abrigo.
Y un día: despertar.
Ver la fisura del tuétano,
mancillarse la esencia.
Desgarrar la herencia impuesta.
Caminar con la piel expuesta.
Salir.
Gritar:
¡No esperéis nada de mí!