Cyprian Rivera

Charcos de escarcha pequeños de una calle humilde y algún perro solitario

  Los charcos,

como espejos rotos del amanecer,

reposan helados en la calle sin nombre,

donde las baldosas tiemblan de frío

y el silencio se arrastra con pasos descalzos.

 Una escarcha leve borda los bordes,

como si la noche hubiera bordado

con hilo blanco los sueños del suelo.

 Un perro, flaco y sin prisa,

camina entre los charcos

como si buscara una ausencia.

 Su aliento se pierde en la bruma

y sus patas dejan huellas que nadie sigue.

 Hay dignidad en la quietud,

en el frío que no pide nada,

en el lomo que resiste el invierno

sin dueño y sin palabra.

 Y el mundo —tan lejano allá afuera— no ve esta calle humilde,

ni sus charcos breves, ni este perro que,

sin saberlo, guarda la memoria del barrio.