En mis ojos quedó gravado
aquel instante, puro y leve,
cuando el amor, como un milagro,
se dibujó en mi alma breve.
Era un trazo sin medida,
un suspiro hecho color,
una llama adormecida
que creía eterno el ardor.
Pero el tiempo —lento, frío—
pintó sombras en la piel,
y entre distancias y hastío
se marchitó aquel pincel.
El olvido vino en niebla,
con su paso sin rencor,
y el amor, que fue acuarela,
se deshizo en su vapor.
Ya no queda más que un eco,
una imagen sin final,
pero en mí vive el reflejo
de un amor que supo amar.
(Dulce Brisa)