JUSTO ALDÚ

A LOS COFRADES ANTIGUOS

A ustedes, custodios del maíz y del trueno,

que tejieron el alba con humo y ceniza,

les canto con lengua de barro y espiga,

pues aún tiembla el mundo

cuando rezan con los ojos cerrados.

 

Hombres de la piedra y del jaguar en vela,

sabios del calendario donde arde el destino,

ustedes que hablaban con la lluvia

y escuchaban los huesos del relámpago,

siguen sembrando silencios en la noche.

 

Alzaban los brazos no en súplica,

sino en diálogo con el sol dormido,

y la luna, espejo de las madres idas,

se desnudaba ante sus danzas

como una virgen hecha de neblina y canto.

 

El tambor era más que un ritmo:

era el corazón del monte palpitando,

el eco del inframundo que pedía respeto,

la voz de los abuelos tatuada en el humo,

y la serpiente azul que abría los cielos.

 

Hoy, aunque otros vistan de olvido,

ustedes caminan en los resquicios del día,

portando el fuego en cántaros invisibles,

pues la fe no murió,

solo cambió de templo.

 

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