Un beso azul
que incendia el hielo,
caderas anchas
donde se esconden
las sombras ambiguas del deseo.
Brazos largos,
ligeros como humo,
se pliegan sobre sí mismos,
intentando abrazar
el calor imposible
de su propia soledad.
Muslos marcados
por el paso de inviernos
que nadie recuerda,
historias frías,
fugas engañosas
en el mapa de la piel.
Un abdomen,
tallado por la indiferencia
de dioses dormidos,
custodia el silencio
como una herida sin cicatriz.
El rostro,
más mito que carne,
parece surgir
de un tiempo ficticio,
una estatua que respira
en la penumbra azul.
Trazos blancos,
cuchillas de luz,
hienden la sombra
como relámpagos ciegos,
gritos suspendidos
en la espesura del vacío.
Más piedra que mujer,
y sin embargo,
abriéndose como grieta
para escapar de sí misma.
Un pecho erguido,
no por orgullo,
sino por resistencia,
como quien desafía al abismo
con los huesos desnudos.
Una feminidad innegable,
atada a una cuerda invisible,
tan frágil que amenaza con romperse,
tan terca que no se suelta,
aunque el precipicio
la llame por su nombre.
-S.S