La belleza es oír los trinos de las aves
que madrugan para despertarte.
Es recordar aquel abrazo de dos muchachas,
acaso dos niñas: la que empieza una vida
y la que empieza una muerte.
Es la imagen que se repite
en Antonio Gamoneda y su melancolía,
en su afán de nombrar el silencio de Dios
pues sabe que somos miseria y grandeza.
Es la música que no está hecha para los oídos,
es saber que has despertado recordando
la dulzura, buscando la dulzura,
como quien golpea las paredes de una mina.