Tenerte cerca es una brisa suave,
un consuelo en el murmullo del día,
pero también es el peso del gran secreto,
un eco que me grita, que me abraza y me ahoga.
Fingiendo sonrisas en cada encuentro,
es fácil ocultar lo que quema y florece,
mis manos temblorosas,
mis labios sellados,
vuelo entre nubes de silencio
mientras mi corazón canta tu nombre.
Te miro y el mundo se detiene,
mis ojos brillan como estrellas
perdidas en la vastedad de la noche,
y te encuentro, respondido en tus gestos,
aunque el miedo pesé más que el oro.
Cada palabra que me regalas,
suena como un susurro de miel,
mi voz se vuelve dulce,
un caramelo que se derrite,
cada risa tuya
se convierte en música,
una melodía que me abraza.
Mis brazos te anhelan
como el río anhela el mar,
suenan mis entrañas con el deseo
de tenerte, de sentirte,
pero esta mascarada que sostengo,
se ha vuelto un frágil arte
que oculta lo que realmente quiero.
Cuando miraras mi alma
a través del cristal de mis ojos,
¿no ves el fuego que arde,
el amor que se trenza en mis venas?
Cuando notarás que mis palabras
son versos robados a la luna,
vidas enredadas en un baile sutil.
Quiero reclamarte como quieren las olas,
quiebran en la orilla,
como el viento reclama al árbol,
que se hincha y se despliega,
anhelando el abrazo del cielo.
El tiempo juega a favor y en contra,
mi corazón latiendo en cada sombra,
cuando entenderás que esta farsa
me consume y me mantiene despierta,
suspirando por tu abrazo,
anhelando tu presencia
más allá de las palabras calladas.
Hoy, frente a ti, todo es un enigma,
una danza entre el deseo y el miedo,
entre amor sincero y el temor al rechazo.
Dejame ser la voz que grita,
el río que fluye sin temor,
reclamarte no como un susurro,
sino como un grito de libertad.
Permíteme ser quien soy,
quien se aventura en la luz de tus ojos,
quien transforma el dolor en esperanza,
y finalmente te diré,
de una vez por todas,
que tenerte cerca
es la alegría más hermosa,
pero también el desafío más profundo,
desnudando mi ser a tu luz.