Los iluminados dicen:
«Vive sin esperar
el día o el minuto
cuando ya no sientas
que el deseo es fiebre
o un tropiezo del corazón
inmediatamente vuelto a levantarse,
sino el incendio de tu cuerpo
entregado a su anhelo más recóndito
y el silencio en tu pecho
libre por fin de aspiraciones».
Pero yo solo vivo esperando
una noticia buena, mala o imposible;
el mensaje de alguien a quien he dado
justa razón para olvidarme;
una voz que tejió su nido
en el oído de otro amante;
una mirada entre la multitud
o tras la puerta recién abierta
a las tinieblas de mi cuarto.
Todo lo espero,
incluso lo que tengo cerca
e ignoro para seguirlo esperando;
eso que fue y, por lo tanto,
ya no es ni será lo mismo nunca;
aquello que no estaba destinado
a ser ayer, ahora y tampoco
lo estará dentro de muchos años.
¡No me dejes caer en la santidad
y del nirvana líbrame, oh espera!
¡En la prosperidad y la amargura
viste mi pobreza de ti siempre devota
con tu alegría y tu angustia!