Los amantes de Hasanlu
“L’amore vero essendo infinito ed eterno
non può che essere consumato nell’eternità.” (anon.)
¿Puede acaso sobrevivir al tiempo
un pequeño gesto de ternura?
¿Y estar por encima de la edad
y de todas las cosas efímeras?
¿Atrapar el instante de la historia
y hacerlo eterno?
¿Negarse a terminar su grandeza,
negarse a su propio entierro
sin funerales, ni cañones, ni trompetas?
Fosilizar la ternura.
Descansar su mano en la mejilla del otro.
Quedarse allí para la última caricia.
Sin armas ni batallas
para morir eternamente juntos,
acurrucados después del último beso
en ese escondite de humo
cuyo incendio devoró al mundo,
pero que no pudo separarlos
un suspiro más de su muerte.
¿Qué importa si eran amantes,
o amigos,
o hermanos,
hombre y mujer,
o solo hombres?
Hay algo más fuerte que el miedo,
más fuerte que la muerte y que la carne,
que pliega el tiempo a su antojo
y dice: basta de correr,
es la hora de fundirse en un abrazo inescrutable
donde los hombres desnudos han de ser uno.
Es hora de cruzar ese mar
de miles de tiempos náuticos,
de enterrar la voz
y los versos
y los huesos
en una fosa hasta que queden limpias las edades,
mucho antes que nazca el Cristo
y muera por los que ya estábamos muertos.
Es hora de dormir para poder llegar
a otro repetido amanecer,
al otro lado del lago que un día estará seco,
detrás de las colinas que todavía no se forman.
Llegar hacia la historia que todavía no se cuenta.
Estar antes que el nacimiento de la flor,
y de los árboles milenarios en el bosque de Sherwood,
mientras aguarda el desierto y la sed y las preguntas.
Mucho antes de que nuestros huesos
estén debajo del microscopio
y de las pruebas de carbón,
porque hay un solo lugar que la historia no puede enterrar,
y que no tiene dominio ni la propia muerte:
el amor.
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