- Lo más rico para el final.
— decía mi madre,
cuando éramos chiquitos —
y la idea se me quedó.
- Lo más rico para el final.
— le habrá dicho mi abuela,
a mi madre cuando era chica —
y la idea quedó con ella.
A sus sesenta y tantos
sigue sumergiendo el pan
en la yema del huevo,
lo amarillo para el final.
Quizás por eso
es que de grandes
nos dejamos para lo último
y sentimos que está bien así:
Que así es como debe ser,
que lo más rico para el final,
que se empieza
por lo más desabrido
Que primero
nos ocupamos de los demás,
los servicios de gas
y las deudas a pagar.
Antes están los viajes,
la familia, los amigos,
el vecino, la mascota
y la fotito de la Red Social.
Pero para cuando nos toca
ya llegamos cansados,
sin ganas o desmotivados,
fríos y sin sabor.
Porque el riesgo de dejar
lo más importante para el final
es que nos agarre ya sin hambre.
Sin hambre de glorias, y de merecer más.
O quizás,
les pudo ocurrir una vez,
que alguien que empezó por sí mismo
los devoró al pasar.