Hugo Steeven Carrillo Plaza

Generación Decapitada

En el despertar sin propósito

cuando el día no canta, sino ahoga,

una luz apenas esbozada

te invita a abrir los ojos

aunque la mirada pese como tumba.

 

La ciudad respira ansiedad

Ecuador se despliega como un cuerpo en fiebre

con calles que no conducen

y promesas que sangran.

La necesidad de una voz real

resuena más alto que el tráfico,

más hondo que el silencio.

 

El amor —en todas sus formas—

se estrella contra el muro invisible

de la mente rota.

El fraternal, el romántico,

el familiar, el propio,

todos naufragan ante

la marea espesa de la depresión

el vértigo ácido de la ansiedad.

 

El mundo satisface sus urgencias

con cuerpos y lagrimas

y tú

te enfrentas a tus propias guerras

que también llevan carne

que también huelen a mar

 

Comprendes entonces

a aquellos que fueron decapitados por pensar

la náusea de Kafka

al ver que el cuerpo no responde al alma

la complicidad que Borges y Bioy hallaron

más fiel que cualquier abrazo de amante.

 

¿De verdad hace falta creer en la felicidad absoluta?

¿O se teme tanto

mirar lo roto sin apartar la vista

sin pretender curarlo?

Quizás la belleza

reside en las grietas,

en la sonrisa de la abuela que ya no recuerda

en el pan caliente que no espera

en el café que humea como si supiera tu nombre.

 

Quisiera perderme en un barco

como Noboa y Camaño,

olvidar la costa,

ser apenas viento.

Quisiera —como Benedetti—

encontrar a quien contarte entero

sin miedo, sin corte.

Y —como Borges supo al final—

comprender que no hacen falta

ochenta y cinco años

para saber que el instante

es todo lo que tienes.

 

Y si alguna vez sonríes

no será por alegría,

sino por la certeza de que,

aun sin cabeza,

sigues escribiendo.

Y eso

es un acto de fe

más real que cualquier Dios.