Floreciendo va muriendo el invierno
vencido por la primavera
con flores que surgen cantarinas
en las ramas,
aún invernales,
de los almendros.
Las pajarillos, tiritando
hace unos días bajo la nieve,
renuevan su alegría
y todo son ya sonrisas
llegadas con el terciopelo tierno
de las flores.
Pero entre tanta algarabía
también se escucha llorar a los olvidados,
a los tristes, a los desgraciados,
a todos los almendros indigentes,
que gimen su desgracia
al saberse huérfanos de color.
Estos me gustan más porque son como
yo soy: olvidado, triste, desgraciado,
indigente y huérfano de un amor que anhelo.
Cuando los miro,
desnudas las ramas,
mustia su alma vegetal,
me miro a mí mismo,
miro mi marchita alma inmortal.
Están tan moribundos,
tan cansados,
que apenas batallan por vivir.
Se parecen a mí: sumisos frente a la nada.
Nadie de entre sus gozosos hermanos
ha reparado en ellos;
nadie los conforta,
sólo yo,
que también busco consuelo en ellos,
en nuestra compartida indiferencia,
en nuestra inquietante soledad.
Pero no todo es desesperanza,
también surge la alegría
en una solitaria florecilla
apenas nacida en uno de ellos.
Mientras acaricio los pétalos recién abiertos
me pregunto si también la esperanza
llegará a mi encarnada en cariño,
en un cariño tan leve como una leve flor.
JOSE ANTONIO GARCIA CALVO