Guerras
Desde el principio del mundo,
y quizás hasta el fin,
las guerras brotan como plagas sin estación,
raíces negras que se aferran a la tierra,
sorbos de odio que marchitan los sueños,
espinas que desgarran el amor.
Las guerras tienen hambre
como un invierno sin fin.
Devoran sin juicio:
al justo y al cruel,
al oro y al polvo,
al recién abierto capullo,
al roble que tiembla con siglos en la piel.
En las guerras,
el hombre pierde su centro.
Se convierte en estatua hueca,
y de sus grietas dormidas
nacen serpientes de rencor.
Guerras que vuelven con otros nombres:
la guerra fría —hielo en las venas del mundo,
la napoleónica —un tambor de tronos rotos,
la de las Galias —eco de espadas viejas,
la atómica —sol negro que devora ciudades,
la última —esa que espera como fiera dormida.
Guerras disfrazadas,
vestidas con túnicas de honor,
pero hiladas con mentiras.
Y detrás de cada fuego,
manos que encienden en nombre
del miedo, de la patria,
de Dios,.
Y una flor
brotará en los escombros,
con pétalos de ceniza,
como si la tierra,
aún herida,
supiera perdonar.
—L.T.