Doradamente
por Wcelogan
Epígrafe:
> \"La vejez no es ocaso,
sino el resplandor lento
de lo que aprendió a arder sin prisa.\"
— Wcelogan
En el susurro de los años,
se levanta un canto.
La brisa acaricia
lo que fuimos,
y los caminos se cruzan
bajo el oro del atardecer,
en un cielo sin orillas.
La mejor forma
de envejecer con estilo
es llevar el alma ligera,
enterrar penas en la arena,
recoger sonrisas
como piedras tibias.
Reírse de las arrugas —
arte callado
que el tiempo enseña
sin hablar.
Los recuerdos son joyas:
una noche estrellada,
una risa compartida,
el silencio
de quienes ya no están,
hilando en la piel
la historia
de un alma libre.
Aquí,
el brillo no se apaga:
se transforma en luz serena.
Cocinar con amor
es contar secretos
a fuego lento.
Cada bocado
guarda un misterio,
una herencia
que no cabe en palabras.
Recibir a los amigos
como quien abre ventanas
para que entre el sol...
y se quede.
Caminar erguido
en un mundo
que muda su máscara,
con las pasiones por brújula
y los sueños por linterna.
Cada pliegue del rostro,
una canción lenta.
Cada línea —
un mapa secreto.
Envejecer no es quedar al margen,
es bailar con otro ritmo,
con los pies llenos de tierra
y el pecho lleno de historias.
Bailar sin prisa ni destino,
como quien ya comprendió
que el camino
es música.
Cultivar amistades
como quien cuida
un jardín nocturno:
regar risas,
podar rencores.
Compartir un café
mientras llueve en los cristales.
Escuchar la vida del otro
y contar la propia,
sin temer
al temblor en la voz.
No vestirse para ocultarse,
sino para abrazarse.
Los colores son gestos.
Las telas, recuerdos.
En cada prenda elegida
habita tu manera de estar.
No es moda.
Es memoria.
Así se envejece con estilo:
acariciando los días
como únicos,
mirando de frente la despedida
sin urgencias ni disfraces.
Porque al final
del último suspiro,
somos la historia que dejamos:
una llama,
una risa,
el eco de un baile
bajo las estrellas.
Nota Del Autor:
Este poema nació de un susurro largo: el que deja el paso del tiempo cuando una vida se ha vivido con plenitud, con heridas, con gozo, con pérdidas, con risas y con esa aceptación luminosa que solo llega después de muchas estaciones.
No lo escribí desde la nostalgia, ni desde el miedo a envejecer, sino desde una suerte de gratitud rebelde: porque seguimos aquí, porque cada arruga es una línea escrita por la existencia misma, porque cada despedida también nos enseñó una forma distinta de amar.
\"Doradamente\" no es un canto al pasado ni una negación del presente: es una afirmación serena de que se puede envejecer con alma, con estilo, con fuego aún en el pecho y ternura en la mirada. Quise escribir este poema como si fuera una carta —una carta a quienes temen la vejez, una carta a mí mismo dentro de unos años, una carta que se lee al atardecer, cuando la luz lo cubre todo con ese tono dorado que no quema, sino que acaricia.
Aquí intento nombrar pequeñas cosas que nos sostienen: cocinar con amor, compartir un café bajo la lluvia, reírse con los amigos, vestirse para abrazarse a uno mismo, bailar aunque nadie mire. Porque esas cosas sencillas —cuando se hacen con presencia— son las que construyen nuestra verdadera herencia.
Cada estrofa habla de una forma distinta de estar en el mundo sin esconderse: caminar con la frente alta aunque el mundo se desfigure, mirar la vejez no como una pérdida, sino como una revelación. Hay belleza en lo vivido, si uno sabe mirarla sin el filtro de la vanidad.
Y sí, me gusta pensar que este poema es también una pequeña rebeldía: porque en una sociedad que muchas veces desprecia lo viejo, lo arrugado, lo lento, lo silencioso… este texto se planta con orgullo y dice: aquí hay oro. No oro de mercado, sino oro de alma.
Lo escribí con los pies en la tierra, pero con la cabeza mirando estrellas. Porque —como dice uno de sus versos— “al final del último suspiro, somos la historia que dejamos: una llama, una risa, el eco de un baile bajo las estrellas”.
Ojalá al leerlo o escucharlo, alguien más se sienta acompañado en su propio proceso de envejecer. O de vivir. Que al final, es lo mismo.