Mi hermoso fulgor, te veo y la piel se me eriza, mas no por haber visto una especie de ente fantasmagórico, sino por los sentimientos que aún conservo hacia ti. Nuestros caminos se separaron, y yo aún no te olvido. Cada noche me transporto a aquellos recuerdos en los que tú y yo hablábamos por horas, pero el pecho me arde con una tristeza intensa que ahora es mi sombra. Este ardor me acompaña en la cotidianeidad de mi vida sin remedio alguno. No puedo calmarla por más que intento. Tengo tanto por decirte... no son reclamos, es lo que me causa amarte. La mente me da vueltas entre tanto desgarro, y cada Neuquén sin pausa hace sangrar en todo pálpito a mí corazón. La morada bombeante de mi pecho se ahoga en el valle de la penumbra por los recuerdos que aún la hieren, pero este dolor no cesa: son las ansias de un reencuentro, de conocer lo más profundo de tu alma, tus sueños, saber quién sos y quién aspiras ser. Pero ya no es posible, porque hace tiempo te marchaste de mi vida, mas no de mi endocardio.