El callejón guardaba su aliento,
cómo si supiera lo que iba a pasar.
Una puerta sin nombre,
una llave sin dueño,
y sus cuerpos que no podían esperar.
Ella lo condujo al rincón donde el mundo se olvida,
con voz baja y quién domina.
El, con temblor ansioso de abrazarla solo la seguía.
Sus dedos lentos, recorrían el mapa que ya sabían,
la piel de ella lo guiaba sin hablar.
No era un juego, ni un error pasajero:
era deseo maduro enseñando a desear.
Su vestido cayó cuál promesa,
Y el torpemente con manos tibias,
ese cuerpo al ritmo de sus gemidos acarició.
Ella no enseñaba con palabras, solo con suspiros, jadeos y pausas.
Lo hizo danzar en su espalda
al ritmo de sus caderas.
Cada rincon de aquel callejón,
fue testigo de aquella pasión,
dónde el tiempo se rompía en caricias
y el pecado se volvía noble.
Después de la pausa final,
ya no eran los mismos.
Ella más viva, el, más hombre.
Al mundo el secreto ocultaron,
más sus cuerpos lo contaban...
cada vez que se miraban.
Águila Solitaria
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15/07/2025