Algunos no llegan.
Colgados en la comisura,
sin tocar la puerta.
Dos rostros en la noche.
Un roce,
y después,
nada.
Otros flotan:
rozan una oreja,
un lóbulo,
sin peso, sin fuerza.
Nunca llegan.
Sin dirección,
pierden el camino del cuello.
Nunca vuelven.